Una poderosa arma

Creo en el poder de las palabras. En su fuerza, tan capaz de liberarnos como de enjaularnos. Creo en la capacidad que tienen para crear, para hacernos creer. Para herir y para curar. Creo que las palabras pueden llegar a valer más que muchas cosas, que son capaces crear momentos especiales, mágicos, que pueden ser recordados para siempre. 

Creo que todo lo que se escribe puede ser real. Porque si en estas líneas describo el atardecer que vimos juntos en una playa de un sitio que no quiero situar en el mapa, quién puede decirme que no sucedió. Si en estas líneas escribo que un abrazo cálido te arropa, que una mano te acaricia la mejilla suavemente o que son las siete de la mañana y huele a pan tostado, dime que no has podido sentirlo. 

Creo que las palabras pueden llegar a ser físicas, tangibles. Si no, que alguien me explique esa horrible presión en el pecho que sientes cuando te las tragas. Cómo es posible que la quemazón sea comparable a la de un chupito de tequila, y que encima siente igual de mal.

Creo en la gran responsabilidad que se nos otorga al poner entre nuestros labios esta poderosa arma. Y defiendo, sobre todo, su uso responsable. Tanto hacia los demás como hacia uno mismo. Porque en las palabras está el motor y el detonante, la causa y la consecuencia, el veneno y la medicina. Porque son ellas las que avivan y remueven, así como las que calman y apaciguan.

Ojalá supiésemos usar este poder en todo su potencial. Para liberarnos, avanzar y soltar. Para poner orden en nuestras cabezas, en nuestras relaciones, en nuestras vidas. Usar las palabras para dar forma a las cosas, para cerrar círculos y limpiar rincones.

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